Piedra, madera y forja al estilo más tradicional de la arquitectura a este lado de Jaca, de la que apenas distan un par de kilómetros. La pedanía de Barós, con su ilustre iglesia románica del siglo XI, tiene un nuevo motivo para atraer al viajero aficionado al hospedaje casero pero de nueva hornada.
Los buenos modales de Gustavo y José miman los detalles de un alojamiento con olor a leña y a flores recién cortadas, de esos cuyo encanto reside en las intenciones. La afición inquieta de José por redecorar periódicamente convierte la visita a cada una de las seis habitaciones del hotelito en un fugaz descanso entre tejidos bordados y paños floreados. Bautizadas con nombres alusivos a las imágenes representativas del pueblo, las contadas estancias ofrecen visiones distintas de un mismo universo rural. Todas con pisos de barro, caldeados por calefacción radiante, y techos altos, la mayoría atravesados por viguería, se hacen eco de un patronaje rústico y de colores vivos. Pintura al trapo, paredes rojo fuego, paredes añiles, paredes de piedra a la vista, muebles de madera tallada, farolillos, cuartos de baño cucos, y algún exceso ecléctico.
En el exterior, una terraza junto al verde depara relajantes vistas al paisaje montañoso de la Peña Oroel.