C de cultura, antes que Q de calidad. O al menos como puente hacia ésta. Más o menos es el patrón seguido por el señor Lodder, un profesional holandés del turismo, y su mujer en la reestructuración de este hotelito levantado sobre la antigua estación de ferrocarril de vía estrecha de Bocairent (en 1969 el Xitxarra dejó de enlazar por esta vía los municipios de Muro de Alcoy y Yecla, con lo que el edificio de la estación y el antiguo almacén quedaron vacíos). Aparte de la campana que anunciaba hace un siglo la llegada de los trenes a Bocairent, la única señal visible de la vieja parada de tren es el cartel que anunciaba el destino. En la fachada de la terraza, en letras blancas sobre azulejo azul, se lee todavía el nombre de Bocairente.
El antiguo recorrido de la línea es hoy una vía verde, habilitada para rutas en bicicleta. Alrededor de la estación, nada mejor que un manto botánico de tilos, rosas y rododendros.
Los interiores, sin embargo, sufren el diseño enclaustrado de los anteriores propietarios, de decoración austera y de poco brillo. Sobre este paisaje, el sentido común de Lodder ha querido colorear tanto erial con maletas y baúles de viaje, con vistosas frazadas y, sobre todo, con próximos proyectos: la nueva piscina del jardín, la reconversión de cuatro habitaciones en villas de lujo, la apertura de una gran suite de 115 metros cuadrados y, en general, el repaso profundo a todas las estancias. A falta de este rodaje, detallismo y generosidad a mansalva: un generoso kit de aromaterapia o una agradecida cesta de frutas de temporada como bienvenida. Y mientras la cosa marcha, la espera bien puede pasarse en la terraza de verano, sobre sus mullidos sillones de raftan.